Dilema Responsable
Hay días en que uno despierta deprimido. Nada más abrir los ojos, se siente el peso de la vida oprimiéndote el pecho, se recuerdan todos los problemas existenciales que nos generan una profunda preocupación y que taladran el alma. Esto es tan abrumador que uno se arrepiente de haberse atrevido a despertar y le faltan fuerzas para levantarse de la cama. Uno quisiera envolverse en las cobijas y seguir durmiendo para olvidar todo. Sin embargo, hay que levantarse para ir a trabajar con el fin de poder obtener los recursos para la propia subsistencia. En esos en esos momentos, el trabajo es una bendición, pues el mero hecho de tener una obligación nos obliga a levantarnos, a hacer de lado nuestras preocupaciones, y a enfocarnos en las tareas cotidianas que, quizás, puedan ayudarnos a solucionar nuestra vida.
El problema es cuando no se tiene nada. No se tiene que trabajar, no hay que ir a la escuela, no se tiene interés en mantener una casa limpia o algún amigo con quien salir, ni tampoco hay nada que implique un mínimo esfuerzo de algún tipo. Cuando se tiene la libertad total y absoluta de quedarse en la cama y darle rienda suelta al malestar, de manera que nuestro propio pesimismo pueda convivir con nosotros y mantenernos a su merced durante todo el día, existe el riesgo de que eso crezca más. Ya que uno queda devastado, aplastado con el peso de sus propias acciones, que son tan vacías como los sentimientos que se han permitido aflorar.
Hay otros días en que uno despierta contento, con una mentalidad muy positiva, con mucha motivación y ganas de comerse al mundo. Ese día todo se embellece, se tiende la cama y hasta se hace el aseo (cuando no se tiene ese hábito). Todo sabe mejor porque uno se prepara el desayuno con una actitud tal, que hasta el cereal con leche sabe a un excelente manjar. En esos momentos la vida cuenta con un ritmo tal, que se puede decir que es perfecta. En esos momentos, si uno tiene un trabajo, entonces busca desempeñarlo mejor, ser amable con los compañeros y eficiente con las tareas. Si uno no tiene trabajo ni ocupación, en ese momento uno encuentra la fuerza y ganas suficientes para conseguir uno, o se inventa una actividad tal como pintar la casa. Todo sigue pareciendo perfecto, hasta que KABOOOM… De repente algo ocurre y se tuerce todo. Alguien, en tu casa o trabajo, te reprocha tu actitud y te arma un pleito que no esperabas. Te pueden llegar noticias malas (y a veces increíbles), como de que tienes una deuda generada por alguna clonación de identidad, que te chocaron el coche o que tu vecino puso su basura en tu puerta. Puros argumentos excelentes, que parecen planeados por algún demonio malévolo, que sirven para recordarte “lo miserable que es TU vida”.
¿En verdad la vida es tan miserable, o sólo es la historia que nos contamos día tras día? Suponiendo que es cierto, que la vida está mal porque la economía mundial está en crisis, la política está llena de gente corrupta, tu jefe es un pelmazo que sólo busca presionarte, tu familia sólo vive para juzgarte y tu pareja te desprecia. Que toda esa gente mala, grosera y cretina forman parte de una realidad que conspira en tu contra y que, hagas lo que hagas, no podrás ganarles. Con todo ello, aun así, uno puede elegir.
Para empezar, hay que recordar que la manera como concebimos la realidad no es absoluta. Con esto quiero decir que la forma como vemos las cosas está limitada por la propia percepción y, a veces los problemas son tan fuertes y se sienten tanto, que la nuestra visión se enfoca en el problema y no en las soluciones, por lo que prácticamente es imposible encontrar una salida. Sin embargo, cuando las personas y situaciones nos molestan, siempre tenemos dos acciones que podemos tomar: victimizarnos por las circunstancias o asumirlas.
Si uno elige victimizarse porque sus circunstancias y su pasado son muy malos, lo más probable es que afloren el resentimiento y la frustración, ambos son sentimientos muy negativos que lo estancan a uno. El resentimiento es un malestar que se repite de manera prolongada; dicho malestar suele generarse por la acción de una persona (generalmente cercana a nosotros) que nos provocó tristeza, disgusto o enojo y que no se ha superado. El problema con mantener el resentimiento es que nos ata permanentemente con aquello que nos lastimó, por lo que el dolor persiste y, a la larga, eso nos vuelve vulnerables. Por su parte, la frustración es un sentimiento de decepción que se genera cuando uno no ha podido conseguir lo que quería, en otras palabras, cuando las expectativas no se cumplen. No está mal sentir frustración, de hecho, es inevitable que la sintamos ya que es normal que no se obtenga todo lo que se quiere, pues eso es parte de la vida. Es más, si uno siempre obtuviese todo lo que quiere, lo más seguro es que no podría madurar ni aceptar que hay personas con pensamiento y emociones diferentes a las propias. El problema con la frustración consiste en no saber lidiar con ella, en creer que sólo hay un camino (que pueden ser cosas, personas o circunstancias) para lograr nuestros objetivos. Esto a la larga nos impide desarrollar una tolerancia que nos permita ser más fuertes y ver que hay más opciones en la vida para ser feliz.
Entonces, si se elige ser víctima hasta el fin de los tiempos, es válido ya que es la decisión de uno. Sin embargo, ¿hasta dónde se piensa llegar con ello? Pues esta postura no hace más que arrastrarlo a uno en una corriente de dolor, que se va haciendo cada vez más fuerte y difícil de superar. Por otro lado, es posible que se espere la consideración de las personas. Que ellos, gracias a un acto de humanidad o de amor que nos tienen (sobre todo las de nuestro entorno), busquen salvarnos por lo que harán todo lo posible por sacarnos del estado que hemos elegido. Puede que al principio funcione y que las personas pongan todo su empeño para ayudar; sin embargo, a la larga esto dejará de funcionar. Pues una persona que ha elegido el victimismo como actitud ante la vida es, ante todo, agresiva. Puede elegir tener “buenos modales” y fingir ser amable y hasta simpática. Sin embargo, agrede con el dolor interno que maneja y que obliga a todos a experimentar para que lo ayuden, de ahí que lo más probable es que las personas de su entorno terminen por alejarse, primero emocionalmente y luego físicamente, ya que a nadie le gusta sufrir y menos por situaciones que no son propias o que considere como causas perdidas.
La otra opción sería elegir asumir la vida y buscar formas de avanzar para construir un futuro mejor y acorde a lo que queremos. Esto implica, antes que nada, dos cosas: educarnos y trabajar muy duro. Con educarnos no hablo de obtener un grado universitario (que habrá quien lo desee o necesite para obtener sus objetivos); me refiero a que hay que educar nuestra actitud y mentalidad para enfocarlas hacia nuestras metas, con el fin de que sean capaces de superar los diversos obstáculos que se encuentren en el camino. Esto no hará la vida más fácil, es posible que sea más complicada por momentos, ya que habrá situaciones donde parezca que todo puede irse por la borda. Sin embargo, si uno aprende a lidiar con las preocupaciones de manera que pueda ver las alternativas, en algún momento podrá superar las dificultades.
Lo mejor de todo es que para asumir la vida no importa la edad que se tenga ni qué tan negativo se haya sido en el pasado. Uno siempre puede avanzar hacia un futuro mejor siempre y cuando se tenga vida y disposición para ello. Posiblemente no se tengan las mismas oportunidades a los 40 años que a los 20, pero pensar en eso sería dar alimento a un pensamiento pesimista que nos podría llevar a la victimización (además que es inútil flagelarse con eso). Cada etapa de la vida tiene herramientas muy valiosas, que pueden aportarnos mucho ya sean posibilidades, oportunidades o experiencia; y eso es lo que debemos aprovechar. Posiblemente, en un principio no se sepa qué hacer ni cómo ser realmente responsables de la propia vida, por lo que tendremos muchos errores, algunas decepciones y una que otra frustración. Sin embargo, hay que aprender de esas experiencias y practicar, practicar y practicar más, hasta que a uno le salga el vivir mejor.
También hay que tomar en cuenta que el entorno ya lo tiene a un estigmatizado (sobre todo si se proviene de una conducta victimista); razón por la cual es posible que no sólo no proporcionen apoyo, sino que además sean incrédulos y hasta despectivos hacia las nuevas conductas. Sin embargo, eso no tiene por qué afectarlo a uno. Los hechos dicen más que las palabras y hay que reconocer que ellos actúan así por las experiencias que tuvieron con uno. Lo primero que hay que aceptar es que las circunstancias son así y que los cambios hacia una nueva actitud benefician a uno. Si el entorno ya lo tiene a uno juzgado, entonces hay que hacer oídos sordos e intentar seguir avanzando. Al final sólo ocurrirá que, o cambian de actitud ante las nuevas experiencias que van viviendo con uno, o se cansen de atacar y opten por dejarlo a uno en paz.
En cuanto a trabajar duro, no sólo quiere decir que hay que enfocar todos los esfuerzos físicos, emocionales y mentales hacia un objetivo. También implica que hay que hacerlo de manera inteligente, es decir, que se debe ser capaz de aceptar cuando algo no funciona (a pesar del tiempo y recursos invertidos), y modificarlo. La práctica no siempre concuerda con cómo uno imagina que deben ser las cosas, por lo que se debe aprender de las acciones que se van implementando, así como de sus consecuencias. A eso se le llama experiencia. Por otro lado, el trabajo es diario, sobre todo el que tiene que ver con la actitud. Uno puede permitirse tener un “resbalón”, por ejemplo, que uno de repente se sintió muy deprimido porque se peleó con su pareja. Eso puede pasar y uno no debe juzgarse por tener sentimientos, sobre todo si ya tiene un patrón de mala actitud de mucho tiempo. Sin embargo, eso no significa que se deba bajar la guardia y dejarse deprimir de “fin de semana”, para el lunes iniciar con mejor actitud. Así como el cuerpo necesita alimentos de calidad para tener una buena subsistencia, de igual manera las emociones requieren de una buena actitud para poder desarrollarse; es por ello que no vale condenarse, pero si aplicarse.
Por último, tan sólo expuse algunas de las circunstancias que se viven ante las dos posibles actitudes que se pueden tomar, cuando siente que la vida es difícil. Uno es libre de elegir la que mejor le parezca, pero también debe reconocer y aceptar las consecuencias. En lo particular, confieso que he pasado por ambas y, hablando desde mi experiencia, considero que no vale la pena quejarse ni ser víctima. Cuando se es niño, la gente lo consiente a uno ya que considera que no se tiene una madurez emocional, además de que un niño depende de los mayores y no tiene la capacidad de salir adelante por sí mismo. En cambio, cuando se es grande todo cambia, de ahí que si se insiste en victimizarse, es muy probable que la gente juzgue que ya se está demasiado grande para llorar y que se debe ser responsable de la propia vida. Sinceramente, el quejarse, sólo les da permiso a los demás de minimizarte, de ser indiferentes, de voltearse, de ignorarte y hasta despreciarte. Por lo mismo solo hay una razón por la cual debes responsabilizarse de tu existencia, que tu decidas sobre ti mismo y tu existencia la puedas cambiar para que sea más satisfactoria para ti. Si les permites a los demás que manejen tu vida, lo más seguro es que acabarás sin vida ni identidad. ¿Qué actitud eliges?